Imagen destacada: El bramido de la Tierra. Instalación de Luis Moro en La Perla Escondida. Foto: Olga Simsolo
Fátima Martín.- “Casar el cielo y la tierra es la gran obra mágica y la más alta función del ser humano”, escribió el pensador renacentista Pico della Mirandola, citado por el surrealista André Breton en El arte mágico. La magia del arte de Luis Moro (Segovia, 1969), prendido siempre en la naturaleza, aletea entre la realidad y la fantasía, entre la vigilia y el sueño, lo micro y lo macro, la larva y el universo, lo corpóreo y lo etéreo. Como los cronopios de Cortázar, los dibujos rebasan los límites del margen. Esa cualidad mágica se refleja en sus obras, pero también en la concepción de sus exposiciones. Con su última instalación lo ha vuelto a demostrar, llevando el concepto de arte a otra dimensión.
“Una reflexión sobre la convivencia entre el hombre y la naturaleza”. Así define el artista, Premio Castilla y León de las Artes 2022, su más reciente creación: El bramido de la Tierra, que representa a un ciervo en brama dentro de una señal de peligro en un espacio natural modificado por la mano humana. Esta pieza es producto de una original propuesta, La Perla Escondida, una invitación a intervenir artísticamente paquetes de paja en un campo recién segado.
En el atardecer del primer día de septiembre, en el pueblo segoviano de Adrada de Pirón, a la voz de “pintar la tierra”, un grupo de personas se reunieron para acompañar al artista en esta intervención. Cada participante que lo deseara dispuso de una bala de heno, un lienzo dorado para llenarlo de color. La idea creativa, lanzada por Chema San Segundo, amenizada por el movimiento de ecstaticdance y aderezada con la degustación y la meditación de @yogalasdeliciosdelola, se prolongó hasta la noche, en una jornada repleta de magia, arte, poesía, productos de la tierra, música, baile y buenas vibraciones.
La pieza del artista, El bramido de la Tierra, vuelve a encarnarse en un animal, en este caso en un ciervo. Los seguidores de Moro, que aun desplegando las alas de una gran proyección internacional nunca ha dejado de cultivar sus raíces, tienen la suerte de que él mismo traduzca, con sus propias palabras, la obra en toda su profundidad:
“En medio de un amplio campo de trigo segado, donde la intervención humana es evidente, emerge una señal de tráfico en proceso pictórico: un ciervo en pleno bramido de berrea. Esta instalación plantea un mensaje sobre la tensión entre la acción humana y la resiliencia de la naturaleza.
El campo de trigo segado es un paisaje transformado, un testimonio silencioso de la mano del hombre que altera y domina el entorno natural para sus propios fines. En el centro, un gran paquete de paja actúa como símbolo de esta acción, otra muestra de la intervención humana que reorganiza y redefine el paisaje. Sin embargo, en medio de este espacio, la señal del ciervo en berrea se alza como un acto de resistencia, un llamado de atención hacia la fuerza indomable de la naturaleza.
El ciervo, capturado en el instante de su llamado primal, representa la lucha de lo salvaje por reivindicar su espacio en un mundo cada vez más intervenido. La berrea, ese canto profundo y vibrante que los ciervos emiten durante la temporada de apareamiento, no es solo una expresión de fuerza y virilidad, sino también una afirmación de vida, un grito que resuena en el paisaje como un eco ancestral de resistencia.
La señal de tráfico, habitualmente un instrumento de la organización humana, aquí se subvierte en su función y se convierte en un emblema de la supervivencia animal. Es un recordatorio de que, a pesar de la intervención humana, la naturaleza sigue reclamando su espacio, su voz y su territorio. La señal no advierte a los conductores, sino a la humanidad, de la presencia constante y persistente de la vida salvaje, que se niega a ser silenciada.
El bramido de la Tierra es una reflexión sobre la convivencia entre el hombre y la naturaleza. Nos invita a cuestionar nuestra relación con el entorno, a reconocer la belleza y la fuerza de lo salvaje, y a recordar que, aunque transformemos el paisaje, nunca podremos apagar la voz profunda y poderosa de la tierra así como de los seres que la habitan”.
El amor por la naturaleza es el gran tema que envuelve toda la obra artística de Luis Moro. Los títulos de sus trabajos, La cuenta atrás, paraísos elementales, Cartografía animal… así lo reflejan. Del mismo modo que los hiperrealistas intentan atrapar el instante en el lienzo de la manera más fiel posible, Luis Moro hace lo propio, intentar aprehender la naturaleza, manejando el mismo lenguaje visual de la vida, pero desde algún lugar más allá de la realidad.
Los artistas, como los poetas, tienen algo de magos, de videntes. Su serie Resistencia animal, que El bramido de la Tierra continúa, ya previó la reacción resiliente de los seres no humanos ante la voracidad del hombre. Algo que se demostró con el shock global que supuso la pandemia en unas ciudades desiertas. Entre las imágenes imborrables que nos dejó el confinamiento por la epidemia de zoonosis pudimos contemplar cisnes nadando por los canales de Venecia, pumas cruzando las calles de Santiago de Chile, pavos reales enseñoreándose por el centro de Oakland o Madrid y también corzos campando a sus anchas junto al Acueducto de Segovia.
Canto de la Tierra y el Ciervo
“En la llanura dorada que el hombre segó,
cuando el viento susurra su nombre,
queda un campo desnudo, tallado a la hoz,
y una paca de paja en el centro sin voz…”
Luis Moro
El cérvido vuelve a aparecerse en la cosmovisión de este artista, que conoce bien las bondades y las miserias tanto del área más rural como de la megalópolis más brutal. En su reciente exposición SOS Save Our Souls, en el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, de nuevo animaba a cuidar la natura, la casa común, para salvarnos a nosotros mismos. De una de las salas, transformada en un bosque calcinado trasunto de Guadarrama, surgía un ciervo que nos interpelaba con la mirada. No solo nos reprochaba, incluso nos retaba. INRI era el título de la pieza de caza. Como hace con las imágenes, Moro jugaba con las palabras y transmutaba las siglas para resignificarlas, de modo que refulgieran: Igne Natura Renovatur Integra (el fuego de la naturaleza lo renueva todo). El mensaje transmitía una honda fe en la naturaleza y su capacidad de regeneración.
La imagen del ciervo, con toda su carga semiótica, es una constante en el arte en distintas culturas, ya desde el rupestre, donde permitía conectar con el mundo sobrenatural. Los clásicos también han seguido las huellas de este bello animal. En Las Metamorfosis, Ovidio cuenta cómo Diana, sabiéndose observada por Acteón mientras se bañaba, transformó al cazador en un ciervo que sería devorado por sus propios perros. La escena ha sido interpretada por Tiziano y se puede admirar esculpida en piedra y agua en los Jardines de La Granja. Lugar este, por cierto, con el que el artista mantiene una especial relación y donde cristalizó su exposición La esfera invisible. Ya entonces los ciervos protagonizaban los Sonidos del bosque.
En el medievo, los ciervos animaban los bestiarios con distintos significados como la lujuria (en El jardín de las delicias), la fuente de la eterna juventud, la magia de la guía al más allá o la pieza de caza cubierta de flechas. La idea del ciervo herido, tantas veces reproducida en el arte, en este Bramido de la Tierra se da la vuelta y se convierte en la del cazador cazado. Ya lo escribió Eduardo Galeano en El libro de los abrazos: “El pulpo tiene los ojos del pescador que lo atraviesa. Es de tierra el hombre que será comido por la tierra que le da de comer”.
En efecto, las representaciones animales de Moro están más en la línea de la Cabeza de Venado de Velázquez, que sorprende por la belleza, la admiración y la dignidad, incluso real, con la que el pintor retrata, por puro placer, a un animal salvaje que nos mira en pie de igualdad con total naturalidad.
Es inevitable no hacer referencia a la literatura al referirnos al arte de Luis Moro. No en vano, ha puesto imágenes a las palabras de literatos internacionales como los rumanos Ana Blandiana o Mircea Cărtărescu y de premios Cervantes como Antonio Gamoneda, Ida Vitale, Elena Poniatowska o María Zambrano. Por la razón poética de esta última, cuya ‘Memoria’ el artista ha honrado con sus retratos, también aparece la sombra de un ciervo en peligro, mostrando “la llaga que de todo ello queda en el claro del bosque”.